
En el Royal se puede desandar lo andado. Se puede presumir delante de una copa de vino tinto de Borgoña, y dejar que pasen las horas y se borren los kilométricos. Aveces quisiera abismarme en una de sus sillas, recostarme a la barra y navegar hacia los paisajes de los muros.
Con el frio, el banco en que me meci se fue quedando sin velas y sin luz...
Ahora solo lo admiro al otro lado de la calle, como una vision de lo que fui...